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Opinión

La angustia de la crisis y la expectativa de una grieta perimida (por Julio Turcumán)

. | 24/07/2022
Julio Turcumán

María es pasiva, tiene cáncer y vive junto a su madre, otra jubilada que trabajó en la ex ADOS, la obra social que funcionaba en el edificio que hoy es ocupado por la Clínica Santa Clara, del Grupo Olmos. María fue entrevistada esta semana por el periodista Leonardo Polegritti en el VEA de calle Jujuy y 25 de Mayo. Al principio se trató de una nota radial más sobre cómo hace la gente para llevar el día a día con precios cada vez más altos y mensualidades que se mueven a velocidad lenta. La mujer mantuvo su relato durante algunos minutos, pero al final no dio más de angustia y se quebró al hablar de su «Argentina, que cada vez está peor»; ese país que la cachetea cada vez con más fuerza, como a muchos otros. Los que escuchábamos, periodistas y oyentes, sentimos la angustia de esa mujer como un cross a la mandíbula, por cierto bastante blanda por estos días luego de tantas trompadas seguidas. Hay mercadería que María ya no puede comprar porque está obligada a elegir entre sus medicamentos y un acondicionador para el pelo de tal o cual marca; un producto que duplicó su precio desde la última vez que ella pisó el supermercado, hace un mes más o menos. Mi madre, una mujer parecida a María, me llamó esta semana y me pidió que «compre mercadería» porque escuchó, vio o leyó en algunos o muchos medios, que todo va a ser peor. «La que se viene otra vez», me dijo casi entre lágrimas. Mi mamá roza los 74 años y ya pasó, como María, muchas crisis parecidas a esta, o peores. El mismo día de María, el Polegritti (El Pole, como le decimos en Demasiada Información – @demasiadainfosj) puso al aire a otra mujer que esperaba hacía rato largo para comprar dólares. Sin tapujo alguno, la entrevistada contó que ya estaba jubilada, que igual hacía algunas changas por las que tenía algún rédito económico, y aclaró que cada vez que podía usaba la plata de ANSES para intentar comprar el famoso billete verde. «A veces me privo de algunos gustos para poder comprar dólares», dijo al aire en Radio Sarmiento. «La plata se me devalúa, lo veo todos los días», agregó. Más allá de lo errado de la estrategia para combatir contra la inflación, lo rescatable de su historia es que, como María, mi madre y muchas otras personas, no le pone fichas al Gobierno nacional para solucionar este desconcierto de números y política en el que ellos mismos se, y nos metieron a todos. Las tres están seguras de que mañana será peor.

La angustia generada en los argentinos en estas semanas es comparable con los peores momentos del país, aunque efectivamente no sean los peores momentos del país. Este mal estado de ánimo que golpea a todos en distinto grado debería producir algún efecto en el conjunto. Quizás no lo veamos hoy, pero da la sensación de que se está tejiendo en el común de la gente un entramado que podría explotar en algún momento. Pasó con el COVID: los meses de encierro los estamos pagando con la salud mental y con la economía, entre otras variables.

Lo peor de todo es que esta sensación de no saber adónde va el barco también la tienen los líderes, de uno y otro bando. Oposición y oficialismo. Es cierto que los últimos estallidos sociales producidos en la Argentina tuvieron una base técnica y política peor que la de hoy, el problema más profundo es que al igual que los ciudadanos de a pié, muchos líderes (políticos, empresarios, sindicalistas) creen que el Gobierno no será capaz de corregir el rumbo antes del hundimiento. Esas personas son cada vez más, y la sensación ya se convierte en hechos. Eso pasó en estos días con el dólar paralelo, blue o ilegal, llámenle como quieran. Como crece la incertidumbre, también lo hace la especulación, y ella se lleva puesta la economía. Muy probablemente, existan también algunos operadores que empujan hacia el abismo, o porque les conviene o porque tienen alguna fuerte presión. En todo caso la tarea del Gobierno nacional también es ver venir a los que no los quieren, y atajarlos, neutralizarlos. No se está haciendo. Por suerte hay un tejido social subterráneo, compuesto por organizaciones barriales, gremios, y el mismo Estado, que no están permitiendo que el estallido ocurra, pero el tiempo también juega su mano. Nada es para siempre. Quizás el mayor ¿error? de Cristina en los últimos tiempos haya sido cuestionar a esas organizaciones que hoy están sosteniendo su gobierno. La Vicepresidenta tiene razón en cuanto a la ilegalidad y mal uso de los recursos del Estado en algunas organizaciones, pero en las circunstancias en las que está en país, su Gobierno en particular, probablemente sea buena idea tenerlas de su lado y no enfrente. El Estado no llega a muchos lugares y hoy esa ausencia se nota más. Cristina nunca debió cuestionar una de las bases más importantes de su peronismo, el que adora el Estado, increíblemente cuestionado por ella misma hace pocas semanas.

En esa debacle económica y social, el Gobierno nacional no tiene mejor receta que apelar a viejas fórmulas, como pelearse con el campo, por ejemplo. El mismo Alberto cuestionó a los sojeros que guardan y no liquidan dólares. Sencillamente una dicotomía ya usada por el kirchnerismo que hoy difícilmente vuelva a convertirse en cuento aceptado por la popular. Este Gobierno intenta volver a exhibir a los propietarios de los grandes campos argentinos como los terratenientes católicos, ultraconservadores, que ansían volver a la época de la esclavitud, que ven en España o Estados Unidos un modelo, y que solamente piensan en el resto de los argentinos como elementos de engorde de sus fortunas, sin ninguna obligación social. Cuento viejo. El kirchnerismo no ha logrado reinventarse, está estanco en los estándares que alguna vez ideó y pulió Néstor Kirchner, pero que hoy resultan materia conocida por el resto de los argentinos. Los rivales, sojeros y productores agrícolas de todo el país, también aprendieron y no piensan caer en la misma trampa, parece. Nadie siguió aun el juego dialéctico del Gobierno, lo que implica un paso en falso en la recreación de ese circo mediático con intención de distracción que parece fracasar. Los dueños de los campos no van a responder. No quieren ser el enemigo de este gobierno, porque saben que ponerse en ese lugar, sencillamente ayudaría al mensaje oficial. Al igual que esos empresarios, el resto de los argentinos ya nos curamos de esas recetas. Algunas veces sirvieron. Para esta coyuntura, quedaron viejas.

Hoy la fórmula ya no puede ser ideológica ni populista. El Gobierno tiene que llamar a los mejores técnicos de todos los partidos para poder solucionar un problema que ya superó a la política. El drama del país es que no hay plata, que los dólares no alcanzan, que la inflación se come la cabeza y la panza de las personas, que nadie quiere producir porque los impuestos no dejan respiro, que pocos se animan a poner plata en un país que se hace dueño de esa inversión y pone límites para las ganancias. Esos problemas no están atados a una postura política ni ideológica, esos problemas necesitan soluciones pragmáticas e inmediatas. Es tan sencillo como sumar dos más dos. No hay más de un resultado en esa operación, hay uno solo y no es discutible. Una vez que eso ocurra, si el kirchnerismo, el macrismo, el mileísmo (o como se llame), el massismo, quieren, volvemos a debatir sobre el cómo. Hoy es tiempo de hacer. Primero le llenemos la panza a María, luego hay que convencerla de cómo es la mejor forma de hacerlo. Pero lo urgente, es lo urgente.

En medio de esta debacle, están las provincias y las malditas elecciones del año que viene. Digo malditas porque en este país, alguna vez alguien va a tener que darse cuenta de que no podemos tener elecciones cada dos años. Los políticos no tienen tiempo de pensar en otra cosa, porque viven de ser políticos. Es como si cada dos años a cada uno de los empleados de este país, nos ponen una vara que superar, y que si no lo hacemos, nos quedamos sin ese empleo. Alguna vez alguien tiene que unificar las elecciones para votar cada cuatro años solamente y evitar que los políticos de la oposición y el oficialismo -cualquiera sea- tengan la sombra de la urna sobre sus cabezas y decisiones.

Con todos estos elementos en la mesa, es momento de que el Gobierno entienda que las elecciones ya están perdidas y que su éxito sería trabajar para tratar de volver en 2027. El Norte cambió para Alberto y Cristina. Ya no es competir el año que viene. Eso ya murió. La historia ahora es cómo terminar el mandato sin estallido y, de última, crear figuras que sean capaces de entrar en la competencia de 2027. No estorbar a los dirigentes que vienen, a los que sí tienen buena aceptación en sus distritos. Dejar adelantar elecciones, abrir el juego a otros partidos, a otras ideas. Ojalá alguien se dé cuenta que es momento de terminar con la grieta, con las dicotomías falsas, con Cristina, con Macri, con los que no tienen nada más que recetas viejas, las que todos ya vimos que murieron. Es lo único bueno que nos puede pasar después de esta crisis.

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